con la seguridad de estar tranquila,
con el impulso de la brisa del mar.
Saluda a lo desconocido,
pues es lo único que le puede enseñar,
cuando mira al frente no ve los baches,
pero ella los aprendió a esquivar.
Recordando brazos rotos de colores inhóspitos,
mientras, camina bajo andamios de cristal,
sin saber su significado,
pero apropiándose de un significante desconocido
para los pasos de cebra
que hacen de puente, de pasarelas,
entre acera y acera.
Se para ante la playa del muelle
y piensa que le hizo cambiar de acera,
si sabía que las barcas estarían encalladas,
al igual que de sus manos las palmas
y de sus pies, las entrañas...
No fue a su encuentro la luna
y tomó la decisión de volver andando a buscarla entre las nubes,
a diez minutos de casi ser la una...
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